Quizá lleva un tiempo sabiendo que algo no está bien, que su familiar no es el que era y que empieza a tener comportamientos que antes eran impensables. Es fundamental que acuda a su médico de cabecera y que éste le derive al neurólogo, en caso de que lo crea necesario.
No obstante, hay que guardar la calma ya que puede que no se trate de la Enfermedad de Alzheimer y solamente sean olvidos casuales propios del envejecimiento. Entonces ¿Cuándo debemos preocuparnos? A continuación os explicamos 10 indicios que nos dan pistas de que puede tratarse de la enfermedad de Alzheimer.
- Pérdida de memoria a corto plazo. Se olvida de cosas recién aprendidas. Realiza preguntas repetitivas. Por ejemplo, el enfermo va al baño y a los pocos minutos no lo recuerda. También olvida fechas importantes y nombres de seres queridos. No recuerda el nombre de su esposa/o o de sus hijos/as.
- Desorientación temporo espacial. Puede que no recuerde en qué día está, en qué estación del año o en qué lugar se encuentra aunque sea un lugar conocido para él. Hay que tener cuidado con ello ya que la desorientación espacial puede hacer que la persona se pierda y no sepa volver a su casa. Es aconsejable que siempre lleve una tarjeta o pulsera que indique su domicilio o el teléfono de un familiar.
- Problemas en la comunicación verbal. Puede que en mitad de una conversación no se acuerde qué estaba contando. También es frecuente que no sepa dar el nombre a ciertos objetos. Estos problemas hacen que la persona se retraiga y hable cada vez menos ya que se da cuenta que no puede mantener una conversación fluida.
- Problemas de concentración y organización. Puede que la persona comience a hacer mal las cuentas de su casa o que esté cocinando un plato que ha hecho durante toda la vida y no recuerde qué debía echar o como seguir.
- Pérdida de objetos. Es frecuente que la persona coloque cosas en lugares que nunca antes lo había hecho. Ello puede provoca situaciones comprometidas ya que la persona afectada puede pensar que le han sido sustraídas.
- Apatía. La persona se encuentra desanimada y no realiza actividades con las que antes disfrutaba. Por ejemplo, puede que una persona le haya gustado ver mucho la tele y deje de verla.
- Cambios en el juicio o toma de decisiones. Puede ocurrir que comience a dejar propinas desorbitadas, por encima del coste del servicio, o que decida hacer algo que nunca le gustó.
- Dificultad para desempeñar tareas habituales. Quizá la persona se olvide de limpiar la casa, ir al colegio a recoger a los nietos, atarse los cordones, asearse o incluso del orden de las prendas a la hora de vestirse y coloque su ropa interior por encima de los pantalones.
- Cambios de humor. La persona afectada se da cuenta que no recuerda ciertas cosas, que pierde habilidades y ello la enoja. También son frecuentes los cambios de personalidad, es decir, que una persona que nunca ha tenido miedo de repente comience a tenerlo o una persona que siempre ha sido muy positiva se vuelva lo contrario y todo lo vea con negatividad.
- Dificultad para reconocer imágenes visuales y relacionar objetos con el entorno. Puede que incluso el enfermo se vea reflejado en un espejo y no se reconozca.
Por último, una vez pronosticada la enfermedad por un médico también es importante que solicite una cita con su trabajador/a social para que le informen de cómo solicitar el reconocimiento de grado de dependencia y de los diferentes recursos disponibles a los que puede optar (Centros de día, ayuda a domicilio, residencias geriátricas, etc.).